Del glamour al drama
¿Competencia por amor? El streamer que divide a Zaira Nara y Cami Mayan.
El cruce entre Zaira Nara y Cami Mayan encendió las versiones sobre un inesperado triángulo que tiene como eje al streamer Bauletti.
La noche en la que la gala de “Los Personajes del Año” deslumbró con brillo propio, entre vestidos que parecían querer competir con las luces del salón y sonrisas ensayadas ante cada cámara, hubo algo más que glamour flotando en el aire. En un rincón, casi desapercibido, el streamer Santiago Baietti —Bauletti para la multitud que lo sigue cada noche detrás de una pantalla— charlaba animadamente, rodeado de un pequeño grupo que lo celebraba. Por ese mismo salón se movían, sin cruzarse pero compartiendo escenario, Zaira Nara y Cami Mayan. Nadie imaginaba entonces que el rumor que empezaba a gestarse se convertiría en el comentario obligado del día siguiente.
Todo había comenzado semanas antes, cuando Bauletti, desde su habitual espacio en “Mernosketti”, dejó escapar más de una mirada cómplice hacia Zaira. Nada demasiado explícito, pero lo suficiente como para que sus seguidores tomaran nota, recortaran clips, armaran teorías y las lanzaran a la corriente inagotable de TikTok e Instagram. Zaira, acostumbrada a que su nombre viaje más rápido que los algoritmos, ni siquiera necesitó decir nada para que el rumor creciera. Las redes se encargaron de hacer su trabajo: “¿Nuevo interés?”, “¿Se vienen sorpresas?”, “¿Y qué opina ella?”. Preguntas que nadie respondía pero todos repetían.
La aparición de Cami Mayan fue casi una consecuencia natural de ese juego de espejos que arma la farándula argentina. En Luzu TV, donde la espontaneidad es ley y el humor se mezcla con confesiones sin filtro, alguien deslizó el nombre de Bauletti y Cami, entre risas, admitió que el joven le parecía “fachero”. La frase quedó flotando como una mariposa luminosa, breve pero imposible de ignorar. Y luego vino la estocada suave, dicha con la honestidad cruda de quien no espera que sus palabras se conviertan en un titular: recordó que, según había escuchado, él y sus amigos “no invitan a las pibas a salir”. Lo dijo con un filo imperceptible, una mezcla de crítica y distancia que tensó el ambiente solo un segundo, pero suficiente para sembrar intriga.
Esa noche, en la gala, los ojos ajenos hicieron el resto. Que si Bauletti miró a Cami. Que si Cami esquivó una foto. Que si Zaira pasó cerca y saludó con una cortesía más fría de lo habitual. Que si el streamer, de golpe, parecía tener protagonismo en un mundo que hasta hace poco le quedaba grande. El salón vibraba con conversaciones, pero bastaba detenerse a escuchar los murmullos para saber que algo estaba tomando forma, una historia que todavía nadie podía confirmar, pero que todos querían contar.
De un lado, Zaira Nara, icono de sobriedad y elegancia, experta en navegar torbellinos mediáticos con la naturalidad de quien lleva años en el oficio. Del otro, Cami Mayan, figura en ascenso, fresca, moderna, con un público joven que la sigue como si fuera una amiga cercana. Entre ellas, un streamer que no pidió convertirse en el centro de una crónica pero que, sin embargo, encontró su nombre rebotando entre portales, timelines y grupos de WhatsApp.
¿Hay realmente una rivalidad? ¿Existe un triángulo amoroso o solo una historia inflada por la maquinaria perfecta del chisme digital? Lo cierto es que, como suele ocurrir, las protagonistas guardan silencio. Zaira no hizo declaraciones, ni falta le hizo. Cami tampoco buscó alimentar la novela. Pero el público, ávido de relatos que mezclen romance, tensión y figuras reconocibles, ya había elegido creer.
Así, mientras el eco de la gala se apagaba y los equipos de producción levantaban los últimos focos, la crónica de un posible enfrentamiento tomaba vida propia. Quizás mañana se diluya entre noticias más urgentes. O quizás —como suelen hacerlo este tipo de historias— resurja alimentada por un “me gusta” fuera de lugar, una mirada capturada por un celular indiscreto o una frase que, sin querer, vuelva a encender la chispa. Porque en el mundo del espectáculo, a veces, basta una sonrisa o un silencio para desatar un vendaval.