SENTIDO
¿Buscar sólo el placer es la ruta más directa a una vida vacía?
Un profesor de la Universidad Harvard desafía la idea moderna de felicidad: no se trata de eliminar el sufrimiento, sino de aprender a convivir con él y encontrar sentido en la experiencia humana completa.
En tiempos en los que la cultura del bienestar vende recetas para “sentirse bien” todo el tiempo, el académico y ensayista Arthur Brooks lanza una advertencia contra esta promesa seductora: la verdadera felicidad no consiste en eliminar el malestar, sino en saber gestionarlo.
Brooks, profesor en Harvard y especialista en comportamiento humano, asegura que la obsesión contemporánea con el hedonismo -buscar solo placer y evitar cualquier incomodidad- conduce a una vida superficial, desconectada y, en última instancia, infeliz.
“No puedes suprimir el dolor sin apagar también lo que da sentido”, afirma.
Apoyado en investigaciones en neurociencia afectiva, Brooks explica que la tristeza y la felicidad no son opuestas, sino experiencias paralelas procesadas en distintas áreas del cerebro.
No se cancelan mutuamente; coexisten.
Por eso, una vida emocional plena incluye altibajos: “Si no tuvieras emociones negativas, estarías muerto”, sentencia con crudeza.
El autor destaca que las emociones incómodas tienen una función vital: alertan, enseñan y dan profundidad a nuestras vivencias. El arte, por ejemplo, suele nacer del dolor.
“Sin infelicidad, serías un artista terrible”, señala.
Lo mismo ocurre con el crecimiento personal y la empatía: ambos necesitan del sufrimiento para florecer.
Lejos de proponer resignación, Brooks aboga por una madurez emocional que no niegue las emociones difíciles, sino que las integre.
Cita estudios que revelan que solo pasamos alrededor del 16% del día en estados de infelicidad plena, mientras que más del 40% transcurre en un bienestar moderado.
El resto es una mezcla: momentos con alegría, pero también con tensión o duda.
Esa es la textura real de vivir.
Para Brooks, la felicidad no es un estado permanente, sino una forma consciente de habitar el mundo.
Y concluye con una cita del siglo II: “La gloria de Dios es el ser humano plenamente vivo”.
No alguien constantemente sonriente, sino alguien que ha vivido a fondo -con gozos, pérdidas, dolor y belleza-.